Ahora que sólo queda una semana para navidad quiero compartir con vosotros una columna periodística que leí el jueves pasado, alguno de vosotros dirá que parezco la programación de Antena 3 un Domingo por la tarde en estas fechas, pero no me importa porque creo que historias como ésta deberían darse todos los días del año varias veces. Espero que tengáis tiempo de leérla.
15/12/2011 - SALVADOR SOSTRES
Historia de un reloj
EL 24 DE DICIEMBRE del año 2004 a las ocho de la tarde había quedado en el Tirsa con la chica más hermosa de la ciudad para tomar una copa y desearnos feliz Navidad. Aunque no tenía novio y yo todavía no estaba casado nunca quise cruzar la raya porque siempre vi algo destructivo, letal, de no retorno en su belleza extraordinaria. Era muy difícil resistirse a su encanto tan sofisticado y como quien se defiende a la desesperada sin saber muy bien qué hace le había comprado un regalo que conjuntara con su estilo, con su clase. Un reloj de Gucci, 1.200 euros. Ya sé que decir el precio es ordinario pero resulta fundamental para conocer el sentido más profundo de esta historia tan real como mágica.
Ella no se presentó ni contestó a ninguna de mis llamadas, de modo que sobre las 10 me fui a cenar, como cada Nochebuena, con mi amigo el decorador Antonio Pérez Mani. Me sentí un idiota toda la noche con la bolsita de Gucci arriba y abajo. Ya bien entrada la madrugada, de regreso a casa, entré en un cajero y saqué dinero para el taxi. Una indigente que dormía acurrucada entre cartones y trapos me felicitó la Navidad. Salí del cajero pero inmediatamente volví a entrar y, más por despecho que por caridad, le regalé el reloj. Ella me miró desconcertada y entonces le dí el ticket de compra y le dije que le devolverían el dinero si acudía con el paquete a la dirección indicada. Le anoté mi nombre y mi número de teléfono para que me llamaran si alguien en Gucci dudaba de una indigente y de lo que les contara.
No supe nada de ella, ni de Gucci, hasta que al año siguiente volví a cenar con mi amigo en Nochebuena y entré de madruga-da en el mismo cajero y allí estaba otra vez, en las peores circunstancias imaginables. Le pregunté si le habían puesto algún problema en la tienda para devolverle el dinero y rebuscando entre sus trapos sacó el reloj perfectamente guardado en su cajita de terciopelo negro y me dijo que ningún dinero podría compensar la ilusión que alguien le hubiera hecho, después de tanto tiempo, un regalo de Navidad. «Señora, ¿no cree que en su situación hay cosas más importantes?». «Nosotros decidimos lo que es importante, y no las situaciones. Nosotros decidimos lo que es importante, y los que se justifican diciendo que no tuvieron más remedio, mienten».
Hace unos días me llamaron del Ayuntamiento de Barcelona, me preguntaron si era Salvador Sostres y me notificaron que Josefina Martínez Vigatà había muerto a los 64 años de edad de frío y de hambre y que, aunque no se lo podían explicar, me había dejado en herencia una caja de terciopelo negro con un valioso reloj dentro. «Y el ticket de compra por si prefiere el dinero y quiere devolverlo».
P.D.: Espero que os haya gustado, lo comparto con vosotros con todo mi cariño.
- F E L I C E S F I E S T A S -
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